EL CANGREJO DE PLATA O EL EXTRAÑO CASO DE LOS "PONGOS"

Un cangrejo de plata.


Enorme… qué digo enorme… descomunal, inconmensurable, titánico, gigantesco… vamos, grande que te cagas. Un cangrejo de plata maciza del tamaño de un país africano y con un peso que hacía imposible su desplazamiento de forma eficaz. Y por ojos, dos zafiros brillantes e inertes, que se te quedaban mirando embobados, como las vacas ven pasar el tren.

El cangrejo se abría, podías levantar su pesadísimo y valioso caparazón de plata maciza, y, al hacerlo, tropezabas con un cuenco del mismo material que los ojos del bichito.

Cuando, nerviosos y expectantes, mis hermanos y yo destrozamos el papel de regalo que adornaba la caja y descubrimos su interior no nos lo podíamos creer. Alguien le había enviado a mi madre como regalo navideño un enorme, inconmensurable, gigantesco… “caviarero” en forma de cangrejo de plata. Inenarrable, señores.

El caso es que, como todos esos regalos que uno no sabe muy bien si calificar de “detalles” o “venganzas”, el cangrejo gigante de plata (que os aseguro que sería la mejor arma homicida del mundo. Ni Grissom lograría averiguar con qué le has abierto la cabeza al del quinto), pasó a ocupar un precioso lugar en una de esas estanterías del salón que sirven para… pues para nada. Para acumular regalos de este tipo, y poco más.

Este cangrejito es el mejor ejemplo para explicaros lo que son los “Pongos”. Los “Pongos”, lejos de ser ese adorable dálmata nacido de la imaginación de Disney, son esos regalos que no sirven para nada, no son bonitos, no decoran, no son perecederos… pero valen un pastizal, con lo cual no te deshaces de ellos a la primera de cambio. No, en lugar de eso, los acumulas en casa –o en su defecto, en un trastero- mientras te planteas una y otra vez “dónde coño lo pongo”… de ahí su nombre.

La muerte de mi padre me ha demostrado que los “Pongos” campaban a sus anchas por la residencia familiar. Ahora que ninguno de nosotros tres vivimos ya en ella, hemos optado por vaciarla para ponerla en alquiler, una tarea titánica, os lo aseguro, porque hay que ver la cantidad de mierda inútil que uno acumula en treinta años.

De la cantidad de libros que había en la biblioteca familiar prefiero no hablar, porque la mitad eran míos, y de la otra mitad me voy a quedar unos cuantos… así que ese tema lo obviamos. Mil vajillas, tres cristalerías, tres cuberterías, mantelerías como para forrar media Galicia, sábanas suficientes para hacer la cama a todos tus enemigos –si los hubiere- y papeles inútiles entre los que se encontraban recibos de la luz de cuando aún se usaban velas, artículos de periódico amarillentos de mis primeros pinitos periodísticos, y una colección de fotos que ríete tú de los álbumes de la familia real… vamos, lo normal.

Y, a parte de todo eso, estaban los “Pongos”.

Los libros te los quedas, los repartes entre familiares y amigos, o los donas a una biblioteca. Las mantelerías y juegos de sábanas, idem. Siempre hay alguien que aprecia una vajilla inglesa, o un juego de te, y teniendo un santo fotógrafo, ya os podéis imaginar el revuelo que se armó con los álbumes de cuando Franco era corneta…

…pero los “Pongos”… los “Pongos” son tema aparte, amigos.

Porque… ¿a quién carajo le encasquetas tú una figurita de Lladró fea como un dolor con forma de ninfa flautista? ¿y las cucharillas de plata grabadas que te regalaban antes al nacer, útiles como ellas solas? ¿a quién le encalomas los cuadros dos por dos que nuestra adorada abuela paterna nos regaló por nuestra primera comunión, y que presidían el salón familiar?… porque está claro que a mi apartamento no me lo pienso llevar… y todo esto por no hablar del jodío cangrejo de las narices, el “pongo” más “pongo” de la historia de los “pongos”.

A mi todo este tema de los “Pongos” familiares me ha llevado a plantearme muchas cosas. Por ejemplo, ¿qué demonios se le pasa a la gente por la cabeza cuando decide regalarte un enorme cangrejo de plata maciza que sirve como caviarero? ¿Por qué son necesarias treinta vajillas en una casa dónde sólo se come tres veces al día… como en casi todas, por otra parte? ¿qué tipo de venganza oculta lleva a una abuela a regalarle a sus nietos un retrato por su primera comunión, como si fuesen Felipe II?

Y luego existe otra cuestión, porque hay “Pongos” que nacen, pero otros, queridos míos, se hacen… y esos son los peores de todos. Los “Pongos” que se hacen suelen ser fruto del amor de alguien de la familia por no deshacerse de nada. Por ejemplo, mis padres tenían un Super8 con el que grabaron cosas tan útiles a la par que elegantes como nuestro primer baño, o nuestra primera pataleta, y con esto de remasterizar la casa paterna, hemos recogido del olvido no sólo las cintas caseras, sino también el proyector, la banquetita que se usaba para elevarlo, y la pantalla donde proyectábamos esos engendros del pasado. Conservar el proyector, las cintas e incluso la banquetita tiene cierto sentido, pero ¿por qué hay que conservar una pantalla arrugada, llena de humedades y óxido, que puede ser sustituida por una nueva? No tiene valor sentimental, ni tecnológico, ni histórico… vamos, que no vale para nada. Pero ahí estaba, en el trastero, acumulando polvo y telas de araña… y ahí sigue, porque –y cito textualmente- “es una pena, a lo mejor se puede arreglar”. Eso, amigos, es un ejemplo perfecto de un “Pongo” creado: cuando se compró era útil. Ahora es un asco.

Yo, que en esto soy digna heredera de mi madrina, que hace limpieza tirando todo a la basura aunque suponga tener que comprar de nuevo la mitad de las cosas, estoy en shock con el tema de los “Pongos” familiares, sobre todo desde que he descubierto gracias a mis hermanos que el cangrejo asesino ha sido recolocado en otro hogar que, contra todo pronóstico, ha suplicado que se lo donásemos. Como dicen en mi tierra, “cousas veredes”.

En cualquier caso, y dado que el desalojo de la vivienda familiar ha resultado mucho más extenso y sorpresivo de lo esperado gracias a los dichosos “Pongos”, he decidido crear un grupo en Facebook, destinado a liberar el mundo de los regalos idiotas, inútiles y poco o nada prácticos, que bajo el título “por un mundo sin marcos de plata grabados”, pretende elevar una petición al Congreso para evitar que futuras generaciones se vean en el brete de tener que lidiar con “pongos” del calibre de una caviarera de plata con forma de cangrejo gigante. Buscadlo, y adheríos. Recordad que es por el bien de vuestros hijos.


SUENA EN MI I-POD: Mulder and Scully”, de Catatonia, un grupo que llegó a mi vida del mismo modo que se fue, rápido y sin avisar, y que he recuperado sin querer, por tropezar sorpresivamente con un sonido muy similar al suyo en una BSO de una película.


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