Alma

La luz. Esa claridad meridiana, ese Éter eterno que todos aspiramos a ver y a que nos ilumine. A esas tinieblas que anhelamos refulgientes de luz. A esa oscuridad a instantes antes de desaparecer completamente radiante ante los ojos llenos de luz, limpios y contentos, tremendamente puros que la contemplan como quien desea ver el rayo de luna que remite ante la llegada descorazonadora de la mañana. Esa pureza que anhelamos desde el primer día de existencia, esa luz que saboreamos siempre que vivimos.

La historia es la novela de todos nosotros.

La primera orden del mundo es fiat lux.

Se hizo la luz…

Hay que mirar con los ojos limpios.

Porque éste no es el último sino el primero.

Ni pradera, ni sueño, ni cielo ni infierno…


La luz es silencio.

Y nuestro viaje de regreso.
Los judíos cuentan que todos pertenecemos al Uno.

Que la oscuridad y la maldad nacieron de cuando el Uno se encogió en sí mismo y dejó entrar a la nada en su grandeza.

Que un día la vasija que éramos nosotros se rompió por odiar la luz. Por alejarla.

Y luego, al reclamarla, su gran magnificencia la hizo estallar en mil pedazos.

En fragmentos que cuentan que el todo es mucho más que la suma de las partes.

Y ahora, sedientos de esa luz, nos hallamos en un proceso de corrección.

Hasta que un día volvamos a ser Uno.

Y nos fundamos con la luz.

Y la entendamos.

Y seamos sólo ella.

Y no quede oscuridad que contemplar.

Y hasta entonces, la llama del espíritu resplandece en las noches oscuras del alma.
Porque es grande la esperanza que nunca muere.
Y un día, tras un sueño, nos convirtamos en ángeles, en dioses, en almas…
Y amemos.
Amemos como nadie ha amado.

Para estar más cerca de nuestro hermano.
De ser uno.

Del principio que lo es porque hay final.

Y, mientras tanto, vivamos.

La vida blanca en la que luz es amor y amar es vivir.

Y amemos a los que no nos aman porque…

¿cuál es el mérito de amar a quien nos quiere?
Y que los últimos sean los primeros.

Hasta la última noche en la que desaparezca el Érebo por luz.

Y descubramos que esa luz, oh la luz, emana de los seres.
De nosotros mismos.
De nuestros semejantes.
Que somos Luz.

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