Gilda

Gilda se podría haber llamado Eva. Y haber sido el pecado original. Gilda es una mujer y, sabe que la carne es débil. También que la mayoría de las cosas no son para siempre. Gilda no le pertenece a nadie, ni siquiera se pertenece a ella misma. Ése es su gran drama. Se ha pasado la vida conviviendo con un extraño al que, por mucho empeño que ponga, no reconoce. Y deseando que “no nos quiten lo bailao”.


Si fuese un rancho, se llamaría Tierra De Nadie. No es una femme fatale, aunque pueda parecerlo, porque aún aguarda la esperanza. Aunque ya sólo la quede la muerte. Lo de Gilda es un cóctel de redención y venganza, del que no espera salir bien. Ya ha aceptado que, la venganza es un buen motivo. Que, la redención es algo que tendrá que esperar.


Tampoco es una víctima. Gilda se ha metido en la mayoría de sus problemas ella sóla y, sabe que, debe salir de ellos sola. Sola, como siempre está. Quizás, cuando más sola está es cuando hay más gente. En realidad, el gran problema de Gilda, es su orgullo. Ése que la mete en tantos problemas y que no la ha sacado de ninguno. Ése que la convierte en afortunada en el juego. Pero, por supuesto, no en el amor.


En realidad, Gilda es uno de los personajes más complejos de la historia del cine. Pero, al mismo tiempo, no es más que un espectador de su entorno. Ése que se la descontrola. Gilda ni siquiera es un pájaro de oro. Ha vendido el oro por el doble que recibió por su alma.


Gilda, es, sobre todo real. No hay mujeres como Gilda. Ni las habrá.


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