La Sencillez

Nunca hay que confundir la sencillez con la simplicidad. Ser sencillo, ser llano, no es ser simple. O, al menos, no necesariamente. También se puede ser “vulgar” -lo que la gente llama vulgar- pero ser, en realidad, muy sofisticado -y elitista- como lo eran, por ejemplo, las creaciones de Gianni Versace o de Jean Paul Gaultier y, también, las de Coco Chanel.
En realidad, fue Coco Chanel la primera que apreció y sintió la necesidad de sencillez, de claridad, de adaptarse a la vida… que tenía la moda. Es cierto, muy cierto, que Chanel se hizo su propia moda como Robinson Crusoe su cabaña: según sus necesidades. Chanel diseñaba pensando en sí misma, en lo que ella precisaba. Se dio cuenta de que necesitaba vestidos de noches lujosos pero que se pudiesen abrochar sin doncellas mediante y que no oprimieran a la mujer y la dejaran como en una pajarera pues Coco Chanel era el todo París y quería bailar, beber champagne y apostar. Fue consciente también de que la piel se tiene que llevar por dentro, para que abrigue. Y de que la joyería tiene que ser falsa para quitarse a uno mismo importancia pues no se puede pensar en divertirse si uno lleva una caja de caudales atada al cuello. Chanel era una snob. Una snob fantástica y audaz que se dedicaba a joder un poco a las mujeres, ella misma lo dijo (les insto a que lo capten bien, por favor). 
Fastidió a todas las aficionadas a los sombreros de cuatro metros y treinta kilos porque ella prefería un sencillo canotier. Fastidió a todo el demi monde eliminando escotes, pechos punzantes, caderas fértiles y melenones porque se cortó el pelo y fumaba con tanta gracia y desparpajo que, de lejos, parecía un chicuelo. También fastidió a Poiret haciendo que las mujeres pareciesen que iban a un funeral -todas de negro-, que resultasen como secretarias -el miserabilismo del lujo que lo llamó el bueno de Paul Poiret– y que pudiesen andar y correr y trastear un poco porque, por fin, podían trabajar y vivir una vida que no fuese solo de diseño de escaparatista.
Chanel era, aunque snob, una persona llana. Sencilla que no corriente. Chanel era maravillosa: inteligente, audaz, un punto decadente, un puntito sofisticada… y aficionada a los “pequeños placeres de la vida”. Chanel diseñaba pensando en su internado de monjas: en las baldas dobladas por el peso de la ropa blanca, en los caballos sin herrar corriendo por la hierba, en los huevos fritos en mucho aceite y con la yema muy naranja, en las vajillas de loza buena, de la que pesa muchísimo, en la madera oscura, pulida, pesada, brillante… Chanel era aficionada a la buena vida. Nunca trasnochaba, apenas salía -de hecho-. Y, sin embargo, qué lujo. Qué lujo… 
Chanel siempre hizo una oda a la vida sencilla. Sencilla pero valiosa podríamos decir. Coco Chanel hizo una automutación en los 50 y en los 60 cuando, Dior mediante, se sacó de la manga sus trajes de Chanel de dos piezas que el ELLE francés aplaudió y que a los americanos les chiflaron. Esa ya no era la Chanel de sus inicios, era una Chanel postmoderna y post II Guerra Mundial. La gente piensa en esa Chanel. La Chanel que fumaba compulsivamente, llevaba los labios muy pintados, lucía sombreros un tanto extraños y era tan persona como personaje -más de lo segundo que de lo primero, me temo-. Ese no es el Chanel de Chanel que interesa. Sí, fue un buen ejemplo de su tiempo y de la vista de Chanel. Una vista larga, de águila… Y también fue un ejemplo de su valeroso corazón para lanzarse, mayor ya, retirada y criticada, con un estilo que no era y una forma de vivir que ya no existía, a diseñar algo nuevo y acorde con los tiempos. Un corazón bravo, de león… Pero la Chanel que interesa es la de antes, la de entreguerras… qué sencilla y qué compleja. Qué trajes de noche, qué lujo… qué maravilla y, tras todo eso, la niña que pensaba que el lujo de verdad eran los cuellecitos blancos relucientes arriba del sobretodo negro que llevaba en el orfanato.
La sencillez, esa actitud.

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