Parejas Ideales

Llega San Valentín y no puede uno menos que pensar que, aunque hortera, es una fiesta encantadora. Yo veo Algo para recordar de Meg Ryan, guapísima, antes de las operaciones, y Tom Hanks en la que hacen un remedo muy digno de Tú y yo, película a la que yo nunca he encontrado el punch por ningún sitio pese a que sale Cary Grant que es como… como… ¡ay, qué cosas me hacen decir -y pensar-! Lo mejor de esa película es que una puede sentirse completamente identificada. En primer lugar porque oigo esos programas de radio de llamadas. Soy así, hay gente para todo y yo estoy en ese nivel. En segundo lugar porque el comportamiento obsesivo compulsivo de Meg Ryan es el de toda soltera actual. Es, digamos, una especie de previa de Bridget Jones pero más guapa, mucho más delgada, y con mejor gusto. Menos mal que, cuando la rodaron, no había ni móviles ni Facebook. Esa sería otra película. Pero sería la misma película. Yo dejo caer la idea. Pueden hacer un remake del remake, algo así como la introducción esa de Armando de Troeye que dice Pérez-Reverte en El tango de la Guardia Vieja que era una broma genial porque no introducía nada. 
En fin. A lo que voy. San Valentín, lo bueno que tiene, es que uno puede ser pasteloso casi por obligación. Lo otro bueno que tiene es que todos los años cae algún regalo y, oigan, si ustedes tienen algo en contra de los regalos, no sé qué hacen leyendo mi blog. ¿Lo han confundido con Greenpeace, con una web de comercio justo o con la web del Partido Comunista? Aquí no hay sombreros hechos por niños panameños ni sandalias elaboradas a mano por mujeres masais o lo que sea. No soy una modelo. No llevo esas cosas. No voy sin maquillar a Ruanda y poso, toda esbelta y en color caqui, sin maquillaje, con camiseta y vaqueros, con las nativas vestidas con trajes de colores y luego digo en mi egoblog que qué belleza de colores, que qué mujeres tan valientes, que qué niños tan felices. Ay.
Pues eso. Mi anécdota favorita de los Jagger (Bianca y Mick, para los no entendidos) es cuando ella se hizo confeccionar, para mujer, un montón de trajes en Savile Row. Pero no es la única, este matrimonio dio grandes momentos en los setenta. Uno es su boda. Bianca de YSL, con pamelón y un escote como el gran cañón del Colorado. Y la otra es cuando se subió en un caballo y entró en Studio 54. Las fotos de Peter Beard tampoco se quedan atrás. 
Sé que ustedes están por encima de las cajas rojas de bombones compradas en el supermercado. Lo sé y les respeto por ello. Amen al amor, por favor. Al amor elegante. Al amor con estilo. Como el de estos dos. 

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