ADULTERIO

Una conocida me confesaba esta semana que había encontrado a su marido paseando de la mano con otra por el centro de su ciudad, sin cortarse un pelo.


Iban los dos tortolitos enganchados, haciéndose arrumacos, y, de repente, se toparon de bruces con la amantísima esposa, que, contra todo pronóstico, había decidido abandonar el hogar conyugal para dar un paseo, en vista de que el calor había remitido.

El caso es que esta chica estaba completamente deshecha, porque, evidentemente, y tras la pillada “infraganti”, decidió interrogar a su esposo, para descubrir que, efectivamente, no se trataba de un “rollete”, sino de una amante en toda regla: meses, en plural, llevaban viéndose a espaldas de su pareja oficial… bueno, muy de espaldas no, porque paseaban por una calle del centro a las 9 de la noche, como ya he dicho… en fin.

Pero lo más curioso de la situación es que la cornuda estaba completamente destrozada por dos motivos principales: porque los cuernos eran públicos y notorios, y porque ella, en su momento, con otra pareja anterior, también había sido “la otra” durante un breve espacio de tiempo, por lo que no era capaz de sentir odio hacia la mujer que agarraba del ganchete a su marido.

Todo este percal me hizo reflexionar. ¿Somos los seres humanos infieles por naturaleza? ¿Todos, en algún momento de nuestra vida, somos “el otro”? ¿Todos deseamos alguna vez un amante?

Yo no he sido nunca infiel. Al menos, no de obra. De pensamiento claro que sí, como todo el mundo, pero eso no cuenta… ¿o sí que cuenta? Porque, ¿qué es peor? ¿Qué tu pareja se pegue un revolcón una noche loca con un/a cualquiera, o que se pase años deseando y amando en secreto a otra persona mientras duerme contigo?

Soy de las que piensa que es peor el segundo supuesto, pero como suele resultar desconocido al afectado, hace, efectivamente, menos daño. Ya sabéis, ojos que no ven, corazón que no siente. Y sin embargo, creo que desgraciadamente es también el supuesto más común, más frecuente… ¿cuántas parejas habrá que continúen con su vida, su rutina y su felicidad mientras cada uno de ellos desea secretamente salir de aquello para compartir su vida con otra persona, a la que, por lo que sea, ve inalcanzable?

No he tenido tampoco que enfrentarme nunca a una infidelidad manifiesta, lo que, evidentemente, no significa que nunca me hayan sido infiel. Significa, sencillamente, que si lo han sido yo no me he enterado, así de claro.

Todo esto me ha hecho plantearme muchas veces qué se sentirá estando “en el otro lado”. ¿Qué lleva a una mujer a mantener una relación continuada con un hombre que, sabe de antemano, vive un romance oficial con otra? ¿Qué lleva a un hombre a frecuentar a una mujer casada, que sabe que no piensa dejar a su marido? ¿Y qué pasa por la cabeza del adúltero cuando mantiene esa doble vida?

Si bien nunca he sido adúltera, ni conscientemente adulterada, sí he sido “la otra” en dos ocasiones en mi vida… sólo que en ambos casos me enteré de mi condición de “otra” a posteriori.

Se trató, en ambos casos, de rollos de una noche. Sales, tomas unas copas, coincides con un chico al que conoces someramente, porque es amigo de un colega que conoce a tu amiga fulanita, tropiezas con él en la barra de un bar y charlas un rato… vuelves a coincidir en el siguiente pub, y esta vez ya compartes copa con el muchacho, que además está descaradamente tirándote los trastos… y tú te dejas, porque el niño es mono y tienes ganas de fiesta… y la fiesta termina en la playa de madrugada, o en un hotelito del centro, en pleno fervor etílico y hormonal… y al día siguiente, si te he visto no me acuerdo, por ambas partes.

Sólo que no fue exactamente así. En mi caso (en ambos casos), al día siguiente un amig@ común me llamó para pedirme “discreción” con respecto a lo sucedido, porque el que yo creía un rollo de una noche que pasaría por mi vida sexual sin pena ni gloria, tenía –aymadremia aymadremia- novia formal… o prometida, incluso.

No repetí con ninguno de los dos. Tampoco volvió a surgir la oportunidad, ni ellos me buscaron, aunque con ambos sigo manteniendo el mismo contacto que antes del “contacto con tacto”: o sea, conocidos con los que me llevo bien. Lo que me hace suponer que en mi caso concreto, los cuernos fueron del tipo uno, es decir, del tipo “llevaba dos copas, nos habíamos cabreado el día antes y ella se puso a tiro”. O sea, del tipo de infidelidad que yo creo que perdonaría.

Sin embargo, no sé si los interfectos en cuestión llegaron a confesar su desliz a sus parejas, y, desde luego, no tuve jamás la menor intención de ser yo la portadora de la noticia, más que nada porque, como dije en su momento a quien me pidió discreción “no había nada en lo que ser discreto”. Si para mi no significó nada, y encima no conocía el estado sentimental del interfecto, y para él no fue más que un desliz… ¿por qué arruinar una pareja sólida por una noche de locura?

Pensaba en todo esto mientras hacía la compra en la perfumería ayer por la tarde, y en mi cabeza empezaron a bullir ideas, porque la verdad es que no me había acordado de estos dos personajes durante años, y mi trato con ellos es efímero en la vida real… hace, de hecho, años que no coincido con ellos.

¿Y si esas parejas se rompieron por mi culpa? ¿Y si lo que para mi ha pasado al cajón del fondo de mi memoria está en primera línea de la otra chica?

Por más vueltas que le daba a la historia, no lograba sentirme culpable, algo que no dejaba se resultarme extraño… quizás, pensé, no tengo conciencia… hasta que llegué a la conclusión de que mi problema era que no me sentía “la otra”, porque no lo había sido. Primero, porque ignoraba la existencia de una “primera” en el momento de mi affaire, y segundo, porque jamás busqué una relación con ellos, por lo que nunca tuve la sensación de haberme entrometido en nada.

Sin embargo, seguí sin quedarme tranquila… porque si yo había sido un “rollo”, podría haber habido más… y quise ponerme en el lugar de la “primera”. ¿Qué haría yo si me enterase de que mi pareja me es infiel? ¿Y si esa infidelidad ha sido sólo un desliz? ¿No es mejor contarlo, para evitar que el otro se entere “de casualidad” y vea sentimientos donde sólo hubo hormonas?

Pagué en la caja –una pasta, por cierto, qué cara es la perfumería cuando vas a reponer después de un mes sin pasar por ella- y llegué a casa con la duda corroyéndome los intestinos. Si la sinceridad me ha parecido siempre una virtud sobrevalorada, en estos casos más. ¿Para qué contar algo que sólo hará daño?… salvo que así evitemos que nuestra pareja se entere por otros cauces, y sufra más aún… ¿es entonces un adulterio un camino sin retorno? ¿Es un error sin solución alguna? ¿El fin de la relación, al menos, tal y como hasta ahora había sido?

No me gustaba la idea de cometer adulterio –salvo con Ewan McGregor o con Gael García, y ellos no cuentan-, pero me gustaba todavía menos la idea de ser la adulterada. Y aún así, sigo creyendo que la fidelidad absoluta no existe. En algún momento, en algún lugar, surgirá la posibilidad, y, o bien se consumará, o bien pasará a ser una de esas infidelidades no consumadas pero deseadas constantemente, de esas que dije, a priori, que eran peores.

¿Qué opináis vosotr@s?
¿Habéis sido infieles alguna vez?
¿Habéis sido la/el otr@?
¿Habéis vivido una infidelidad, y sobrevivido a ella?


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