Balenciaga Y Lautrec

Balenciaga era un místico.
Un asceta español.
Toulousse Lautrec un excéntrico vividor del París de Degás en el que las putas eran musas y la absenta era la inspiración que más desea uno. Un hombre que traducía el peso de una vida en liviandad. En carne trémula, en eternidad, en arte. Lautrec retrata a mujeres que son putas y niñas. Sonrisas de a tres francos en vertical y en horizontal y castañas asadas envueltas en periódico crujiente, ajado, caliente los domingos por la mañana vestiditas de domingo, de esas que toman las aguas de vez en cuando y lo mismo juegan como zorras que como gallinas.
Balenciaga era un hombre severísimo, rancio incluso. De una madurez acartonada, monjil. Un genio. Un pelín diferente de Lautrec claro pero ya se sabe… las grandes mentes piensan igual en el fondo. Pero entendía a las mujeres. Como Lautrec.
Lautrec visitó a las putas y las hizo señoras.
Y eternas.
Y bellas e inmortales como las diosas.
Y Balenciaga que vestía damas, señoronas, duquesas y condesas vió en Lautrec las mujeres que deseaba. Esas para las que sus bolsos son como vaginas dentadas que guardan un secreto. Que coquetean hasta con el espejo. Que ponen morritos. Mueven las enaguas, se ríen al oír el frufrú que acompaña cada paso. Beben vino. Y son como flores. Como rosas.
Tan bellas y hermosas que un día morirán.
Pero mientras tanto…

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