Blanca Va La Novia

Pienso en la contemporaneidad y en las tradiciones. A veces uno se estanca con un target de mercado y cuesta salir -o entrar- en la mente y en la vida de cierto público. Marilyn Monroe cantaba que los diamantes son los mejores amigos de la mujer pero Holly Golightly borraba de un plumazo todo aquello al decir que “veía los diamantes divinos para señoras mayores pero no para ella“.
Y ahí se encontraban las firmas de diamantes. Las abuelas de la 5º Avenida no vivirían para siempre y, las nuevas fashonistas parecen preferir un bolso de Dior o de Gucci a unos chatones de brillantes o a una pulsera comprada por su flamante marido. Parece ser que un Porsche está más valorado que una tiara y que, además, !qué demonios!, ya nadie se pone eso.
Las joyerías, aparte del halo de glamour y de lujo, de prestar joyas a estrellas del cine, surtir a unos cuantos snobs y dar anillos de compromiso a algunos jóvenes yuppies y a algunas prometedoras pijas ven cómo su clientela va muriendo o desapareciendo.
El reclamo de la belleza y la elegancia perenne se desvanece con las chicas que quieren estar de moda cinco minutos con un vestido de 30.000 dólares para pasar a la semana siguiente al bochorno si no llevan el Nuevo It Must de la temporada en forma de, no sé, ¿un bolso de pitón morado con cascabeles azules y una ristra de pelo falso prendida del hombro?. No hay sitio en nuestra vida para los diamantes.
Sobre todo porque Audrey Hepburn logró hacer auténtico lo falso y actualmente casi todas las ¿estrellas? logran hacer falso lo auténtico. Con iconos así, entrar en Harry Winston parece improbable, muy improbable, en cambio, entrar en el nuevo garito de Prada es un hecho. ¿Cafetería, ropa, bombones, flores y alguna celebritie? Por supuesto. ¿Miradas por encima del hombro, bandejas con chucherías, miradas de soslayo y el vigilante pegado a tu chepa si miras cualquier cosa o pides probarte algo en Chopard?. No gracias.
No obstante.
Parece que se han dado cuenta y que vuelven a cargar.
Por lo pronto, la publicidad deja a las matronas enseñoreadas, a las sirenas del Old Hollywood y pillan de sopetón a una novia joven, tersa, poco convencional y muy moderna que mata el hambre con un sandwich. Y que además, oh casualidad, lleva un brillantón en el dedo.
Estamos cambiando.
A bien o a mal, según se mire.
Pero cambiando.

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