EL CURA
Doscientos…
Ciento noventa y nueve…
Ciento noventa y ocho…
Ciento noventa y siete…
…y así hasta que llegó a cero… eso sí, parando en medio, aproximadamente a la altura del 180, porque había perdido la cuenta y no se acordaba de “por dónde iba”.
Así es el cura que se pasea por el hospital donde mi padre lleva un mes ingresado por una bronco neumonía necrotizante que, afortunadamente, está ya remitiendo y nos permitirá llevárnoslo a casa en breve (breve, en este caso, significa “menos de dos meses”).
El sacerdote en cuestión es un ser extraño y con un don de la oportunidad escasísimo, por no decir nulo, que se empeña en visitar la habitación de mi padre a diario para convencerle de que sintonice a la televisión el canal en el que se puede ver en directo la capilla del hospital, un centro privado no religioso pero que, inexplicablemente, alberga una capilla.
Evidentemente, a mi padre le apetece mucho más ver el fútbol, el baloncesto, las series de la sexta y las películas de TVE, pero el cura se empeña igualmente, y día tras día entra sin llamar en la habitación para explicarnos, una, y otra, y otra vez, cómo sintonizar la dichosa capillita.
No es la primera vez que mi padre ingresa en este hospital, y en todas y cada una de las ocasiones el sacerdote nos ha regalado momentos impagables… como la vez en que, tras empeñarse durante casi media hora en sintonizar la puñetera capilla, mi hermana, desesperada ya, le soltó la gran frase “no, padre, si déjelo, que somos musulmanes” (casi me meo encima).
Pero es que en esta ocasión el buen hombre se ha superado a si mismo.
Mi padre ingresó con unos picos de fiebre descomunales que le hacían delirar. Me confundía con su madre y me preguntaba por la cuna (aún no sé qué cuna… vete tú a saber). Total, que estaba ido del todo, y el cura empeñado en hacerle rezar el padre nuestro y el ave maría… A ver, señor, mi padre me confunde con una señora que ahora tendría casi 100 años y que murió hace 6, y usted pretende que rece en voz alta… anda que…
Pero sus visitas terminaron por convertirse en algo habitual, y yo, que tengo MUY POCA PACIENCIA he terminado por hartarme de ellas.
Yo creo que el culmen del surrealismo sacerdotal lo alcanzó el buen señor la tarde en que, estando allí mi abuela (otra que… esta mejor os la comento otro día, que si no el post será eterno), mi hermano, su novia y yo, apareció así, sin avisar y sin llamar (como siempre) el sacerdote buñuelista (por lo surrealista, digo).
Allí estábamos los cinco, mirando para él, mientras el cura, con la mano de mi padre cogida entre las suyas, le explicaba que, para que dios le diese paciencia, lo mejor que podía hacer era contar de 200 a 0… y lo hizo. El cura, digo, no mi padre.
Sí, sí, señores. Allí, con mi cuñada descojonada de la risa y mi hermano ojiplático, y ante la atenta y condescendiente mirada de mi abuela, el cura contó de 200 a 0, parando en medio porque se perdía, hasta que terminó, nos volvió a insistir en sintonizar la capilla de las narices (le tengo ya una manía que no es normal), y se marchó de nuevo.
El domingo siguiente, estando yo “de guardia”, regresó. Eran las 11 de la mañana y mi padre, que había pasado una nochecita toledana de órdago, dormía plácidamente mientras yo me reía viendo la reposición de Sensación de Vivir en FDF (en serio, creo que me habrían oído reír en Cancún si no fuese porque me daba miedo despertar a mi padre).
El sacerdote entró sin llamar, como siempre, y se fue directito a despertar a mi padre!!! Me dejó muerta… Yo conteniendo la risa para no molestarle, y el tío entra y se va directo a despertarle.
“¿Qué tal está? ¿Está mejor? Hay que ser fuerte, eh, que dios nos pone a prueba, ¿ha visto usted la misa?” (Todo esto así, seguido, sin respirar, vamos)
Mi padre vuelve a cerrar los ojos. Capto la indirecta y respondo yo.
“No, es que estaba dormido”, respondo yo.
“Pero la misa se puede poner igual aunque esté dormido”
“Ya, y otras cosas también”, pienso para mis adentros.
“Ya, pero como estaba dormido, yo prefería ver otra cosa”, digo finalmente, para parecer menos borde.
“Bueno, bueno, ¿y quieres comulgar?”… yo, que no comulgo desde le día de mi confirmación.
“No, gracias, padre” respondo tratando de ser educada
“Y por qué no, mujer, es domingo, hay que comulgar, que hay que recibir a dios” .. y dale perico al torno
“No, de verdad, gracias”
“Pero mujer, ¿por qué no quieres comulgar? Si quieres yo te confieso”. Aquí ya casi me muero, vamos, que por poco me da un hari.
“Pues verá, padre, yo es que hace muchos años que dejé de creer”.
“Pues hay que recuperar la fe, mujer, tú pídele a dios fe, ya verás”…y dale, ¿a qué dios? ¿Al tuyo, al de otros…? ¿No te acabo de decir que no creo?
“Bueno, padre, comprenda usted que es mi decisión”.
Entonces el señor se acerca mi padre de nuevo, que se hacía el dormida tratando de evitar la confrontación, y le suelta
“Y usted, ¿quiere comulgar?”
Mi padre, que es mucho más diplomático y novelesco que yo, va y le dice
“No, no, sin confesarme no quiero” toma del frasco, carrasco
“Pero si usted está aquí ingresado, y malito, los enfermos no pecan, hombre” ¿Y el pecado de pensamiento, qué pasa, que los enfermos no piensan?
“No, muchas gracias, pero no”
“Si quiere yo le confieso” Qué manía tiene este cura con las confesiones coño.
“No, no se preocupe, la semana que viene hablaré con mi confesor”… Coño, que soy hija de Felipe II y no lo sabía, que mi padre tiene confesor!!! Si es que a mi señor progenitor le sale la vena literaria se sale del mapa, vamos.
Total, que el cura se marchó, y desde entonces no volvió por allí mientras estaba yo. Esto lo sé porque mi hermano, con el que me turno en el hospital, me cuenta que cuando él está sí se pasa por allí.
Pero el martes llegué antes de lo previsto al hospital, y el pobre hombre volvió a coincidir conmigo. Mi padre estaba durmiendo tranquilamente la siesta, y la puerta se abrió así, sin previo aviso, mientras yo ojeaba el Vogue de septiembre.
Me miró. Le miré. Nos miramos. Entró igualmente, pese a que, ya os lo he dicho, no le hace gracia tropezarse conmigo –se ve que los ateos le damos como alergia, o algo-.
Al ver que mi padre dormía –bueno, y al ver mi mirada de “como le despiertes te doy una leche que te mando a Compostela sin peregrinaje ni camino de por medio”- decidió el buen señor entablar conversación conmigo.
“Y usted, ¿qué es de él?”
“Su hija” respondo
“¿Hija única?”… ¿pero no has visto a mis hermanos por aquí como medio millón de veces?
“No, no, somos tres”
“Ah, tres chicas”
“No, dos chicas y un chico” ¿pero quién coño me mandará a mi contestarle al cura?
“Bueno, pues ahora os toca tener paciencia, y a tu hermana y a ti cuidar de tu padre”
“Y a mi hermano”
“Bueno, pero más a vosotras, que las mujeres…”
“¿Qué las mujeres qué?” aquí ya cabreada de verdad
“Es que para esto estáis las mujeres mejor”
“Se equivoca, quien mejor se ocupa de mi padre es mi hermano” y encima es verdad. Lo juro. Mi hermano es el mejor enfermero posible para mi padre.
“Bueno, tú hazme caso” me dice el muy… machista.
“Buenas tardes, padre” dije para zanjar la conversación.
El cura se marchó como había venido, es decir, sin llamar a la puerta –claro que si hubiese llamado para salir y no para entrar me hubiese muerto allí mismo- y mi padre abrió los ojos sólo para guiñarme uno… si es que es de un teatrero…
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- Date:
- 08.28.09 / 7am
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