EL EFECTO BOOMERANG

“Todo vuelve”, solía decir mi madre…

… y qué razón tenía la jodía, eh!! Si es que no fallaba ni una la tía!!! Claro que mi madre se refería al efecto mariposa del karma, eso de “da a los demás lo que a ti te gustaría que te diesen”, y yo me refiero a las tendencias de moda.

Cuando era cría me gustaba ver álbumes “antiguos” de mis padres y de mis tíos. Me hacían gracia sus pintas, aquellos pantalones acampanados, las camisas entalladas con estampados increíbles y los vestidos largos y vaporosos de ellas… me descojonaba con las melenas onduladas al viento y con los ojos “con rabillo” de mi madre… y ya ves, yo creo que si cojo esas fotos, las escaneo, y se las paso a Vogue en un Pen Drive, la Wintour me las publica como editorial del mes de julio más ancha que pancha. Porque mi madre era muy lista, y tenía razón: todo vuelve.

Igual es un poco tarde para darse cuenta de eso de que la moda es cíclica, pero claro, en mi caso, 31 primaveras en mis fuertes y todavía atléticas espaldas, es casi una cuestión generacional, porque lo que se vuelve a llevar ahora es lo que yo llevé en mis años mozos. Y me desconcierta.

Todo empezó hace unos meses. Llevábamos unos años escuchando eso del “revival ochenteno”, y yo lo veía trasnochado. Aunque nací en 1979, los ochenta los viví, estilísticamente hablando, muy de refilón. Claro, normal, con 8 años no te vas a plantar unas hombreras como pamelas de grandes y más sombra de ojos que la Pantoja en directo. Así pues, yo “reviví” esos ochenta en mis veintitantos con total normalidad. Me veía yo la más moderna del mundo, oyes, y tan pancha.
Pero de repente, los editoriales de moda empezaron a lanzar un nuevo globo sonda: “Vuelve el grunge”, decía la Rottfield. “Tiene razón la Rottfield”, decía la Wintour… y claro, a mi me entró pánico… porque el grunge sí que lo viví en todo su esplendor. Camisetas enormes y dadas de sí, vaqueros destrozados, el pelo deslavazado y sin sentido, como si el Katrina se hubiese empeñado en peinarte, y los ojos medio despintados, cargaditos de Khol (lo que venía siendo un ahumado en plan “no sé hacerlo bien”, pero presuntamente a propósito… digo presuntamente porque, efectivamente, yo no sabía hacerlo bien. Me venía de coña la tendencia, vamos), labios oscuros, oscurísimos… si hasta tuve unas Doc Marteens!!! De las auténticas, eh! Que me costaron un pastizal ahorrado con todo el dolor de mi corazón y de mi paga. Ay, mis Marteens, mira que las putee a las pobres, me las ponía para todo, pero para todo, eh!!! Para ir a la facultad, para salir de marcha, para pasear… pufff…

En fin, que empecé a ver editoriales de moda en los que se reflejaba –con mucha más elaboración, por supuesto- ese estilo underground y guayoni (Lula, te copio el término, me encanta) que yo había lucido despreocupada en mis primeros años de carrera, y empecé a preocuparme… porque… ¿será verdad que todo vuelve? ¿Está en el mundo de la moda todo inventado?

Tal vez esté todo inventado –me dije- pero lo cierto es que nada vuelve tal y como era, todo se reinterpreta, se pule y se edita para conseguir cierto refinamiento –pensé-.

De hecho, y aunque sí he recuperado parte de ese aire salvaje y descuidado de mi grunge universitario, no he vuelto a las Marteens, ni he recuperado mi camisa a cuadros de cuando la Complutense era mi hogar. Más bien he adaptado partes de esos editoriales Vogue, Harpers y Elle a mi vida diaria: ojos marcados y ahumados, pelo cuidadamente revuelto, jeans desgastados, camisetas… pero con cierto toque high class, que, desde luego, no tenía mi look en los 90.

Y me quedé tan tranquila… todo vuelve, pero vuelve mejorado, nada de nostalgia –me decía- salvo que hablemos de música, en cuyo caso sí echo de menos muchos de los grupos que en los 90 marcaron mi paso por la vida… hasta hoy.

Porque hoy he entrado en el blog de Lula y he leído su post sobre las cuñas de esparto. He recordado unas que tuve en aquella etapa, más o menos. Eran de color crudo, con la cuña alta, y ataban al tobillo, y no me las quité en todo el verano del 95. Terminaron echas polvo, las pobrecillas… Pensé en las cuñas, y no me entró nostalgia… todo iba bien… pero… pero…
… pero de repente recordé con qué me gustaba ponerme esas cuñas. Ya he dicho que las llevaba con todo, pero, de entre todos mis conjuntos, uno de ellos era mi favorito. Durante todo el verano lo repetí miles de veces, sobre todo para salir los viernes, que eran como más “sin querer”. Mis cuñas de esparto, mi cazadora Levis… y un vestido en tonos tostados, de tela muy, muy finita, con estampado de flores diminutas en tonos azules, amarillos y rosados.

Recuerdo que aquel vestido me lo habían regalado mis padrinos por mi cumpleaños, y entonces tenía la manga larga, pero como no me convencía así le corté la manga justo por debajo del hombro… y quedó perfecto. El vestido perfecto para verano. Fresco, divertido, en tonos no demasiado claros (no olvidéis que entonces yo era grunge, el blanco sólo se admitía en las camisetas) y extremadamente favorecedor.

Fue recordar ese vestido y ponerme a pensar con ansia “¿dónde coño lo habré metido?”… Horror!!! Soy pasto de la nostalgia estilística –me dije a mi misma- nena, cálmate que te veo con los labios perfilados en negro y calzando zapatos de coja en 0.5, y eso sí que no– me repetía… pero ya era demasiado tarde… se había cumplido la profecía de mi madre, y el vestidito de Zara de 1995 había vuelto a mi mente, quince años más tarde, para obsesionarme con su presencia.

He conseguido recordar que me deshice del vestido hace unos años, en una limpieza en casa de mis padres. Llevaba sin ponérmelo por lo menos diez años me pareció lo lógico… por no mencionar el hecho de que, entonces, al sacarlo del arcón por poco me da un hari… “¿Pero por qué coño guardo yo esto?”, recuerdo que me dije a mi misma… y ya ves, lo guardaba para no tener que obsesionarme con él una década después.

Y no deja de ser una pena, porque ahora mismo no hago más que visualizarme a mi misma con el puñetero vestido –que, por cierto, tendría todos los visos de no entrarme ni en una oreja a día de hoy, pero claro, eso ya nunca lo sabremos-. Me veo con él y con las sandalias de tacón azules y el blazer en el despacho, y con mis botines de flores de Uterqüe en color crudo un viernes por la noche, de copas… me veo perfecta con las romanas de cuero para un domingo de playa, y hasta con los zuecos en rojo cereza, haciendo contraste… coño, es que no sé qué me voy a poner ahora que no tengo ese vestido!!! (que, recordemos, desapareció de mi vida hace 15 años… en fin…)

Finalmente he comprendido que nunca más volveré a tener ese vestido, pero le he encontrado un sustituto decente en Maje. Es blanco con flores rojas y azules… no es lo mismo, pero valdrá… me pregunto si seré capaz de conservarlo y reutilizarlo en el 2025, o si, por el contrario, me desharé de él dentro de tres o cuatro años, convencida de que es un despojo de temporadas peores. Aunque cabe una tercera opción, la de que lo conserve, y, al tratar de recuperarlo, descubra que no tiene el encanto que tenía entonces… algo que no le habría pasado a mi añorado vestido de 1995… maldito efecto boomerang!!!

SUENA EN MI I-POD:Song for Aberdeen” es uno de esos temas que te hacen recordar el maravilloso sabor del verano. Adoro ese sonido entre rock y power pop que los chicos de Mando Diao consiguen imprimir a este single. Disfrutadlo!!


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