El Pan De La Industria

Eso decían con la Revolución Industrial, que el hierro era el pan de la industria, esa que enfebreció el mundo de la moda con nombres propios, la lanzadera, la Jenny, la… que cantaban sus bondades en las ferias internacionales como verduleras a grito pelado y haciendo demostraciones a cuatro, a doce hilos, estampando cartones, haciendo quién sabe qué virguerías…
Siempre que paseo por debajo de la Torre Eiffel siento ganas irrefrenables de encontrarme con parisinas de verdad, de las de mucho beber, mucho fumar y demás pero de morritos rojos y vestidos negros y tacones bajos y baguette bajo el brazo y uno de esos periódicos que se estila en Europa formato sábana bien doblado en cuatro pliegues bajo el brazo.
Siento ganas irrefrenables de pan recién hecho que huele a pan recién hecho, de cestas de paja, de melenitas Brigitte Bardot, de encajes, de brocantes, de muebles raídos y roídos, de pasos firmes intercalados con pasos tímidos, de miradas azoradas de amor, de ojos azules y ojitos negros, de tópicos, de tarjetas sin crédito y una buena lista de deudas a sus espaldas, algo de sabor a whisky reducido con agua y un poquito de champagne y vino de ese tinto espeso que sirven en algunos bares de Francia donde comparten pesebre obreros y señoronas de esas de cardado tieso y chaqueta Chanel.
Necesito ver boinas negras, vestiditos de rayas, bolsitos rojos, zapatos de niña, algunas Gigis de Audrey Hepburn, moñitos deshechos, camiseros y la Ciudad de la Luz resplandeciente en luces.
Y me reafirmo, todos románticos perdidos.
Pero qué bien sabe el amor sellado en rouge de Chanel que huele a Número 5. Y con estrella.

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