James Stewart

Se equivocan los directores que ruedan películas y tratan de emular ese soberbio aire, al mismo tiempo de exclusividad y distinción que de cercanía fascinante, de los años treinta y cuarenta en los que la vida era -era- glamurosa y de una elegancia despreocupada. No se trata de recrear el ambiente sino la atmósfera.
Una atmósfera de belleza exótica y regia, de sublime perfume, de luces centelleantes y fiestas en el jardín. Ellas, hermosas, trágicas, frías, pasionales, ardientes, elegantes, coquetas, irresponsables, alocadas, disciplinadas, distantes… Ellos, masculinos, distinguidos, sin afectación, sin amaneramientos ni transgresiones hercúleas, trajes sencillos que dejan ver al hombre y no a la prenda. El ambiente, piscinas, fiestas en el jardín, bodas, discretas confusiones, deliciosos equívocos, melodías al piano, notas perdidas, champagne y copas antiguas, manteles de hilo y vacaciones en Francia. Té. Whisky. Perfume. Un diamante.
Probablemente el icono del cine de la época es Cary Grant. El alter ego de Hitchcock entremezclado con vestidos de tul de Grace Kelly en Francia e Italia y descapotables entre Capri y Mónaco. Y el tándem de las Hepburn: Katherine y Audrey cada una en los grados opuestos y anexos de la androginia elegante y femenina rozando la masculinidad más excesiva y al mismo tiempo la más delirante y aractiva femineidad. O el de Rita Hayworth y Ava Gardner, animales hermosos en el mundo con cuerpo de diosa, mirada cautivadora y sex appeal.
Pero, aparte, el hombre de ese ambiente es James Stewart. Personalmente, me recuerda a todos los hombres buenos. Quizás algo enclaustrado en el espacio tiempo de la época, América una y grande, patriota, Ejército, galante… pero, esencia de una época. Y más en Historias De Filadelfia.

Information About Article