Madonas

Siempre me han gustado los hombres que imaginan a las vírgenes, a esa chica humilde que ni sabía leer ni escribir, que haciendo sus cosas se refugió en sí misma ante la entrada de Gabriel en su casa, vestidas con joyas y cuajadas de accesorios como si fueran Afrodita.
La muchachuela humilde que debía hablar hebreo con un fuerte acento arameo, que no encontraba posada, que no tenía pasado, si me apuras presente y poco futuro, se convierte en reina, princesa, emperatriz y diosa.
Diosa…
Cuajada de joyas. En las arenas del desierto.
Entre azules de las nubes del cielo.
Y,
¿por qué no?

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