Máscaras


Un gesto tan femenino como el de retocarse los labios con una barrita dorada con un lápiz en rojo conenzó a ser bien visto a partir de los años 20s cuando el cabaret berlinés y los años de mala vida con flecos y lentejuelas popularizaron esa vanidad tan glamurosa y sofisticada de la era “Locarno”.
La cuestión es que el maquillaje es algo tremendamente privado e íntimo. Terriblemente primitivo -casi primigenio- y para ambos sexos y al mismo tiempo algo muy moderno, muy reservado, muy inaccesible (a pesar de que parece que se vende en tiendas) y rodeado de un halo de misterio.
El maquillaje trata de sacar nuestra mejor cara, alisar nuestros defectos y potenciar nuestros puntos fuertes de la misma forma que entregamos a nuestros seres queridos lo mejor de nosotros pero al mismo tiempo es también una artificial máscara con la que salimos al mundo y que usamos de parapeto, de espejo, de parón y freno contra lo artificioso usando el amparo de lo artificial.
Y cuando llegamos a casa, nos desmaquillamos. Volvemos a ser nosotros mismos o, claro, dejamos de serlo. Y todo vuelve a la normalidad… ¿No?
¿Vivimos de puertas para afuera o para dentro?

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