NO SIN MI RIMMEL



Yo no salgo nunca de casa sin pintarme los ojos. Jamás.


Ya puedo ir al gimnasio –a yoga o a pilates, y en versión Light, porque las disciplinas más duras las he dado por imposibles-, a por el pan, a trabajar (a las 06.30 de la mañana, que tiene pelotas), a tomar una caña o al super. Yo, el ojo, siempre pintadito.

Es una costumbre que tengo ni-se-sabe-desde-cuando… ya no recuerdo la última vez que salí de casa sin rimel, pero igual era 1995 o algo así, porque ya en el último año de colegio recuerdo plantarme el pestañón para ir a clases de historia del arte. Yo es que soy así de presumida.

Creo que toda esta paranoia del ojo pintado es culpa de mi complejo de patito feo… claro, cuando toda la vida te has considerado un monstruito y un buen día descubres el khol… pues ya no puedes vivir sin él. Es que te miras al espejo y de repente ves unos ojazos profundos, misteriosos, definidos, de pestañas infinitas… y dices “Coño, no es que sea fea, es que hasta ahora no me había sabido sacar partido… desde ahora No.Sin.Mi.Rimel”… o a lo mejor es que en otra vida fui Cleopatra, vete tú a saber.

El caso es que en mi armarito del baño hay un rimel y un lápiz de ojos negro fácil de difuminar desde que tengo consciencia de ser yo.

Recuerdo perfectamente la primera vez que mi madre me pintó los ojos. Yo debía tener unos 10 años, era nochevieja, y mi madre, que jamás se arreglaba pero que siempre deseó que sus hijas fuésemos coquetas y presumidas, se estaba poniendo rimel frente al espejo del baño grande. Mi hermana y yo la mirábamos obnubiladas, como si fueseun acto sumamente interesante eso de pasarse un cepillito impregnado en potingue negro por las pestañas, y de repente, sin que dijésemos nada, se giró y nos dijo “Venid, que os voy a poner aún más guapas”. Nos pintó suavemente la puntita de las pestañas y nos dejó ponernos algo de colorete de color melocotón, y brillo de labios en rosa suave. Esa noche me sentí la niña más guapa del mundo cuando mi madre me dijo “tienes unas pestañas preciosas, qué maravilla”.

Desde ese momento no he querido, podido ni sabido renunciar al milagro del maquillaje. Y, como toda mujer, he pasado por etapas de lo más surrealista. Mi primer set de maquillaje personal me lo regaló mi madre cuando cumplí los 15, y consistía en base de maquillaje para pieles jóvenes, sombra de ojos tostada y rosada, colorete en tono melocotón y un rimel de farmacia de lo más soso.

Pase, cómo no, por la etapa en la que se llevaban los polvos de sol terracota en ese terrible tono naranja butano, que parecíamos todas la hermana pobre de Naranjito.

Pasé por la etapa mega pija de colorete a gogó y ni un poro a la vista, en la que sólo me ponía sombra de ojos color rosa palo.

Pasé por la etapa grunge, con la línea del ojo mal pintada a propósito en un alarde de “arreglá pero informal” muy poco favorecedor que ahora he perfeccionado gracias al efecto ahumado.

Pasé por la etapa gótica, con las uñas en negro, la sombra de ojos en negro, la barra de labios en negro… uffffffff

Pasé por la etapa “me pinto sin que se note”… no comments.

Y llegué, con los años, a la conclusión de que el maquillaje es como la ropa: un juego. Una forma de expresarme, de verme mejor, de divertirme y de disfrutar de la vida. Como salir de cañas, leer un buen libro, ir al cine o una noche loca con mi chico… sencillamente es algo que me gusta y me hace sentir bien.

En todas esas etapas mi fondo de armario de potingues varios cambió en muchas ocasiones…

Cuando en segundo de carrera gané mi primer sueldo, tiré todos los potingues que tenía y me compré un arsenal completamente renovado, enterito, con un packaging maravilloso y con cientos de miles de colorines para los ojos y los labios.

Cuando al terminar la diplomatura mi madre me dijo que me regalaba “lo que quisiera, dentro de lo razonable”, me la llevé al Corte Ingles –entonces era lo más- y le pedí que me renovase el neceser de maquillaje. Compramos una sombra de ojos verde que me hizo llorar cuando se me acabó de lo bien que me quedaba.

Cuando hace años iberia me jodió un vuelo y me pagó por el overbooking me gasté los 300€ en renovar todo el maquillaje. Fue la primera vez que compré alta cosmética, y lo primero que entró en mi armario del aseo fue una sombra de ojos rosa irisada de Estee Laurder que venía en un cubito de cristal transparente precioso.

En todos estos años de sombra aquí y sombra allá he sido infiel por naturaleza: a las marcas, a los colores, a los productos… si salía algo nuevo, yo lo probaba y desterraba inmediatamente a su predecesor. Del maquillaje fluido a los polvos, de los polvos a la crema… hasta probé aquel que venía en stick, que no podía ser más desagradable…

… pero siempre, siempre he sido fiel al rimel y el lápiz de ojos. Son los dos cosméticos que siempre me han acompañado. Diferentes marcas, diferentes precios y hasta colores, pero No.Sin.Mi.Rime ha sido mi lema los últimos 15 años de mi vida.

Por eso, cuando hace unos días los chicos de Dermalook me enviaron un correo sugiriéndome un post sobre sus productos les dije que aceptaba encantada si me sobornaban correctamente… y se ve que indagaron en mi pasado y por eso me enviaron a casa un botecito de rimel y un lápiz de ojos negros negrísimos los dos.

Al llegar el lunes a las cuatromilcuatrocientascuarentaychopocientas, más o menos, y ver el paquete en el mueble de la entrada casi se me saltan las lágrimas. Y al ver que dentro había no uno, sino dos preciosos cohechos, todavía más.

Evidentemente, los probé.

Para empezar diré que me encanta el packaging, me gustan los colores y el material del que está hecho y queda precioso en la cestita del baño, con sus amigos la sombra de ojos crema de Dior en color crudo y los polvos suaves de M.A.C.

El rimel tiene un cepillo que separa muuuuuuuuuucho las pestañas, pero no aporta demasiado volumen, Eso sí, es negra como la noche más oscura y la verdad es que sienta estupendamente si te la pones en un día cualquiera para ir sencillita, sin estridencias.

Eso sí, el lápiz de ojos… ayyyyy ese lápiz de ojosssssssssssssss… Con deciros que le he dado matarile al que tenía, que era de Chanel, para pasarme definitivamente a este!!! Es perfecto, de verdad. Fácil de usar, con esponjita difuminadota en el otro extremo, negro, negro, negrooooooo pero muy difuminable, maravilloso… y encima hipoalergénico, vamos, perfecto.

Los chicos de Dermalook me han comentado que la venta de sus productos se hace en farmacias, ópticas y establecimientos especializados, aunque de momento no lo he encontrado por Coruña… será cuestión de seguirles la pista.

Ahh!! Y aviso a posibles empresas interesadas en que se reseñen sus productos en el blog: soy sobornable… muuuuuuuy sobornable… pero también una bocazas, jajaja


Information About Article