Pretty Woman

Pretty Woman es, probablemente, la peor historia sobre sueños escrita nunca. También, una gran película. De esas que puedes ver un buen número de veces y no acabar harto porque siempre esperas que él aparezca ante Vivian y confiese que la quiere como nunca ha querido a otra y que, ella con champagne y fresas es todo lo que se puede a pedir a una persona.

Han llamado a la película la versión moderna de Cenicienta. Sólo que, ella ha pasado de princesa a pareja y, de maltratada cenicienta a puta de “the dream hill“. Es el precio de la modernidad y de los remakes made in Hollywood. Aún así, la historia de Vivian y Edward marcó una suerte de antes y después en la historia de las comedias románticas.

Ya todo no tenía que ser tan perfecto. Ella no tenía porqué ser Doris Day y, él, podía ser un cretino, algunas veces. Además Pretty Woman marca la filosofía de la época, los 80s fueron la década de los yuppies que se hicieron ricos y de las mujeres jarrón más anchas en los hombros que en la base por obra y gracia de las hombreras. Además, en los 80s la marca clave era Cerruti y no Gucci.

Quizás lo más importante que Pretty Woman hizo no fue mostrar que las dependientas de las tiendas de lujo eran tremendamente antipáticas sino que, el dinero no puede comprarlo todo. De alguna forma, Pretty Woman decía que, a veces la vida nos da sorpresas que no nos esperamos. Y que, resultan agradables.

Uno se pasa la película sabiendo que, en el momento en el que llegue el final, no acabará de entender los mecanismos del hombre. Uno no sabe si al final todo volverá a ser igual, o cambiará drásticamente y, al fin y al cabo, todo el mundo sabe que son dos caras de la misma moneda.

Sí, quizás la escena más famosa es la de Vivian en el probador. Pensando que las cosas no son como parecen, que los sueños acaban con la mañana pero, al mismo tiempo, mientras la música resuena dentro de tu cabeza, los sueños no acaban nunca. Vivian sabe que su historia tiene un final, lo que pasa es que es difícil atisbar cuál es el que nos corresponde.

Edward también lo sabe pero ninguno quiere reconocerlo. Es triste que por no reconocer las cosas el último sonido que oigamos sea el pitido del ascensor que indica que nuestra estancia en el hotel ha terminado. Y que nuestra vida, ésa que empezamos en esa habitación sin nombre, con el amario vacío y con la ventana abierta, ha terminado.

Pero no siempre se pueden arreglar las cosas. Lo único que cuenta es saber si eres o no una de esas personas.

De esas personas que no mueven un dedo por una causa perdida o, de esas personas que sólo viven para las causas perdidas.

Y, al final, es otra historia que trata sobre la salvación.
Pero, de otra forma, que es lo que cuenta.

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