Sensualidad

Si es verdad que el estilo es algo relacionado con la clase y que no tiene qué ver con las tendencias, el patrón de belleza, el cánon por el que juzgamos lo ideal o no que es algo precisa absolutamente de un punto de referencia con el que comparar y al que igualar o aborrecer el objeto que se ha prestado a la comparación.

Las tendencias como diría Wilde son “una forma de fealdad que debe morir cada seis meses” y el conjunto de tendencias, como testigo del pensamiento de una época, se encuentran plasmadas en ese espíritu que se ve en las obras del arte, ya sean fotografías, películas u obras maestras de la literatura y, por supuesto, las tres artes clave de bóveda para entender lo que significa el arte que son: escultura, pintura y arquitectura.

Pero la sensualidad es algo alejado de esas tendencias. Si bien es verdad que ya no vemos divinas a las gracias de Rubens sino de una gordura informe, advertimos la lozanía, el sutil refriego, la tensión sexual que se halla en el cuadro como una gracia despreocupada que flota en el ambiente. La carnadura que muestra Afrodita en cualquier tiempo y bajo cualquier artista, la melena a punto de ondearla el viento por Botticelli, el vestido cogido debajo del pecho mostrando a una impetuosa Victoria Alada

Como todo, la sensualidad es más una cuestión de actitud. ¿Sobre qué o sobre quién? Eso ya es harina de otro costal. Pero la sensualidad inequívocamente está ahí. Madame X con sus perlas, mirándose al espejo, muy recta, diciendo “parece que estoy mirando pero en realidad te estoy mirando a tí viéndome” es sensual.


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