Sorpresas

Lo malo de la moda es que rara vez es divertida. Los diseñadores se toman demasiado en serio esa “forma de fealdad que es necesaria cambiar cada seis meses” como diría Wilde y, si hay humor, es más bien en la lectura de la ridiculez, de la pedantería y demás que hacen los consumidores o que ven los espectadores de la jauría de la moda. Sin embargo, Jean Paul Gaultier es una notable excepción. Gaultier siempre ha sido el enfant terrible de la moda francesa porque hacía desfilar a putas, enanos, obreros de la construcción, obesos, gigantes… todos ellos pintados como puertas, lo mismo con una serie de tatuajes que envidiarían los de Moana de Flaherty que con piercings, con ligueros… Gaultier nunca tuvo miedo a ser vulgar y, quizá por eso, nunca lo fue. Gaultier supo extraer la esencia de la vulgaridad y volverla refinada igual que sus chulos marineros están muy homosexualizados en su rampante heterosexualidad y ése es el acierto de Gaultier.
Sus colecciones tienen un lenguaje tan limitado como extenso. Podría parecer para el ojo inexperto que ver un desfile de Gaultier es ver siempre el mismo desfile de Gaultier pero eso no es cierto. Es a nosotros a quienes parece que los “otros“, los demás, son todos iguales. En realidad, Gaultier una vez saca a princesas de la amazonia y a otras a veinteañeras con síndrome de Diógenes. A veces son reinas guerreras en ropa interior inspirada en el XVIII y otras son la novia perdida, la novia herida, abandonada a las puertas de la felicidad marital.
Y siempre hay sorpresas y diversión. Como en su colección de Alta Costura para Primavera Verano 2013 en la que la virgen inmaculada de la novia es… bueno, la madre del mundo. 

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