Señoritas Bien

Debo reconocer que tengo cierta predilección por las femmes fatales. Mujeres de esas que aspiran el humo de su cigarro al mismo tiempo –y con el mismo entusiasmo– con el que aspiran, paladean y tragan su vida dejando en el filtro la marca del carmín y con el carmín, los estragos del tiempo y la coquetería.

Pero también siento una especie de simpatía, casi ternura, por la dádiva divina de las señoritas piadosas, de las fervorosas mi ladies que van a misa de domingo y se divierten con el aleteo de una paloma con el mismo rubor, con las mejillas del color del melocotón, que da el entusiasmo nacido del corazón. Sin malos hábitos. Sin pasado. Que son sólo futuro.

Bien es cierto que estos cisnes cándidos, estos cantos a Leda, estas señoritas de moral recatada, de camisón y lencería, de dote y hogar, de elegancia y porte cual cisnes, de brillo modernista, piadoso, religioso, cándido, virginal… son una especie a extinguir bien por su inocencia, bien por aquello de ¿pero hubo alguna vez once mil vírgenes?.

Pero mientras tanto, vestiditas de domingo, con su lazo blanco, su sonrisa plasmada, sus vestidos rosa empolvado, lila, fresa. El corazón latiendo, la mano enguantada, la cofia, la toca, el aya, el ama de llaves, la llave, la alcoba y el alma… me conmueven. Recuerdos de un pasado no tan lejano, de cortejo a la ventana y damas de noche de boda con sábana blanca. Y Dios dirá.


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