Venezuela

“No quiero dormir, no quiero morir, sólo quiero seguir viajando por los prados del cielo”.

Holly Golightly en Desayuno con Diamantes de Capote escribe en su tarjeta de presentación encargada a Tiffany´s -“para hacer gasto y no por necesidad“- la palabra “viajera” con una letra cursiva, digna de las joyas de Chaumet o del buen gusto, la esencia, la refinada y fria, el sofisticado comfort que se respira en Tiffanys ese lugar donde nada malo te puede pasar y todo es siempre fantástico.

Los motivos que le llevan a escribir esto, son el desconocimiento de la ubicación en la que se encontrará como dama y la indisponibilidad para asegurar a los demás cuál será su futuro paradero. Quién sabe en qué lugar de Sudamérica tendrá como hogar -el lugar donde al final te sientes agusto- o en qué rancho de Mexico criará caballos.
Por lo que a mí respecta. Tengo ganas de ir a Venezuela. Y de llevar pañuelos blancos en el pelo, vestidos de lunares azules y blancos, zapatos de salón años 50s, gafas de sol de carey, vestidos de noche blancos con orquídeasla flor nacional– en la melena. Vestidos camiseros y zapatos de Ferragamo en tonos café con bolsos de lona y cuero entremezclados. Un ramito de violetas de la mano. Una bombonera de nácar y una falda de gasa del azul turquesa del mar. Joyas esmaltadas, diamantes no gracias –los encuentro divinos para las señoras mayores pero no para mí– y chaquetas de punto y vestidos de punto de seda del color de la arena –tierra batida– y perderme.

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