ESTA SOY YO

Hoy me siento egocéntrica, así que, queridísimos –y abandonados- bloggers, hoy, como Umbral, “he venido a hablar de mi libro”… o mejor dicho, de mi vida.


No os asustéis, por el amor de Dior, que no tengo intención de relatar nada que comience con “nací una soleada tarde de finales de invierno”, más que nada porque sería, como mínimo, inexacto, por el sencillo hecho de que no tengo ni idea de si cuando nací llovía a mares o lucía el sol.

No, no, este post se trata más bien de un ejercicio de estilo –o falta del mismo- y de un estudio interior que me sirva para descargar sentimientos, sensaciones, y recuerdos, que últimamente se me agolpan con demasiada facilidad y comienzan a resultarme abrumadores.

Y, por otro lado, para qué mentiros, este post pretende ser un nuevo comienzo.

Hace unas semanas Rub y Lamari se presentaron en tierras coruñesas, acompañados de Miss B. Cenamos juntos. Terraceamos a base de caipirinhas. Nos contamos chismes y anécdotas… Y, a lo tonto, me di cuenta de que llevo más de dos años escribiendo un blog que no se parece nada al que pretendía hacer… y mucho menos al que comencé a escribir… igualito que yo misma.

En estos dos años mi vida ha cambiado mucho… no sé hacia donde, pero ha cambiado. Y yo, que soy de las que se adapta a la corriente –no se me da bien nadar- he cambiado con ella… tampoco sé hacia donde.

Pero lo que sí sé es que soy –somos- fruto de nuestro pasado, aire de nuestro presente y semilla de nuestro futuro, y que nada ni nadie pasa por nuestro lado sin dejar algo.

Por eso, y porque me da la gana, he decidido dejar en esta bitácora internáutica pequeñas píldoras de mi. Os lo debo… y, sobre todo, me lo debo a mi misma.

ESTA SOY YO:

Fui una niña feliz, precoz y dicharachera. Cuando era cría tenía tanta imaginación que no me importaba nada quedarme horas y horas sola, sin tele, sin juguetes, sin nada… si a caso, con mi hermana N. Pasábamos horas inventando juegos y situaciones surrealistas en las que matábamos vampiros y luego nos escapábamos de castillos en llamas… cosas de niñas.

Fui una niña curiosa. Me encantaba hablar –como ahora, o más incluso- y preguntar. Cualquier cosa… y a cualquier persona, incluso a los desconocidos en medio de la calle. A mi padrino le pregunté una vez, mientras me llevaba en lancha por las playas de Ribeira, por qué si la tierra se movía y nosotros estábamos en el mar no la veíamos moverse. Me desembarcó en el siguiente puerto diciendo que yo era la niña más rara del mundo. Y tenía razón.

Fui una niña intrigada, y por lo tanto, propensa a las intrigas. De niña me obsesionaba la idea de que, tal vez –sólo tal vez-, los locos éramos nosotros y la gente de los manicomios era la que estaba bien de la chaveta. Y hasta los 8 años no terminé de creerme los espejos… me obsesionaba la idea de que lo que yo veía de mi misma no era, ni de lejos, lo que veían los demás.

Fui una adolescente acomplejada, buena estudiante, entrada en carnes y propensa a la depresión. Y precoz, a mayor abundamiento, por lo que me pasé unos 5 años (de los 12 a los 17, aproximadamente) creyendo que era la tía más fea y menos interesante del planeta tierra.

Siempre he tenido más empatía con los hombres que con las mujeres, al menos, hasta hace relativamente poco. Creo que es porque me costó mucho asimilar mi feminidad –rotunda feminidad, dice mi hermana-, y porque mis complejos me hacían sentir más segura entre los chicos, que me veían como a uno más. Hubo una etapa en mi vida en que estoy convencida que podría haberme paseado desnuda frente a mis amigos y habrían dicho “aparta, que no vemos la tele”. Eso me gustaba… me gusta.

Me marché a estudiar a Madrid por dos motivos fundamentales: porque quería dejar mi yo pasado atrás, y porque mi novio, que vivía en USA entonces, se mudaba allí también. No son los mejores motivos del mundo, pero me trajeron las mejores consecuencias. Y en Madrid descubrí que podía ser cómo me diese la gana.

Cuando tenía 20 años un compañero de facultad dijo de mi que yo era “la típica tía que todos deseamos en secreto”. Y me pareció un piropo… aunque creo que podría interpretarse como un insulto.

Escribí muchos relatos, y he publicado unos cuantos. Incluso me han dado algún premio… de todo hay en este mundo, jajaja

Una vez rodé un corto. Era horrible, estaba basado en un relato de terror que escribí con 16 años, y fue toda una experiencia. No conservo ni una sola copia de ese relato que es, por otra parte, lo único que he escrito de lo que me siento medianamente orgullosa.

Escribo poesía. Sí, todavía ahora. Comencé con 12 años y no lo he dejado nunca del todo, aunque ya no lo hago ni con la frecuencia ni con la cadencia que lo hacía a los 18. mi profesora de literatura de entonces me dijo una vez que tenía un gran futuro en eso de la poesía… pero se ve que no, más que nada porque no me gusta mucho que la gente lea mis poemas. De algunos –la mayoría- no conservo ni una copia.

Creo que padezco TOC (o sea, trastorno obsesivo compulsivo), y lo creo porque en realidad soy el caos hecho persona, por lo que tiendo a organizar y reorganizar mi alrededor constantemente. Vivir con mi hermana era, precisamente por eso, una tortura. En ese sentido –y en muchos otros, para mi desgracia- somos el ying y el yang.

Me resulta muy fácil querer a la gente… y muy difícil reconocerlo. Por eso, cuando me arranco no paro. Con las personas más cercanas puedo llegar a ser hasta empalagosa. Pero con el resto, aunque les quiera, me resulta muy difícil mostrarme cariñosa. Tengo amigos a los que adoro y a los que no he besado nunca. A otros les he besado mucho. Y no sé por qué.

Tengo dos hermanos y les adoro. Somos una familia muy unida, a pesar –o tal vez precisamente porque- la vida nos ha dado algunos golpes. Mi madre murió de cáncer de mama cuando yo tenía 22 años. Ahora es mi padre quien padece un tumor pulmonar. Llevamos luchando desde febrero. Pero somos más fuertes que el lado oscuro, lo sé. Lo con seguiremos.

Soy familiar, aunque a veces mi propia familia me asfixia. Tengo muchos tíos, más primos, y mantengo contacto –y bueno- con todos ellos. Se puede decir que he tenido la suerte de que mi familia me caiga bien. Con una excepción.

No me llevo bien con mi abuela materna. Y esto es así desde que, unas navidades, las fiestas favoritas de mi madre, terminó haciéndola llorar. Nos marchamos de su casa con mi madre hecha un mar de lágrimas y yo, que soy un poco Braveheart, gritándole que era la persona más cruel que había conocido. El día siguiente, 25 de diciembre, mi madre agachó la cabeza, nos pidió que olvidásemos todo y volvimos a comer con ella. Nunca lo entendí, pero lo respeto.

Soy apóstata. Lo soy desde hace poco, y lo soy por convicción. Creo que hay algo más allá, y la idea del dios cristiano no me disgusta. Pero no quiero que la iglesia, como colectivo, como entidad, me cuente entre sus acólitos. No creo en sus normas, en su forma de ver la vida ni en una moral que considero obsoleta y, encima, doble.

Soy un torbellino. Tiendo a aguantar, aguantar, aguantar… hasta que reviento. Pero cuando estallo, es mejor que no estés cerca. Arraso con todo, aunque luego me arrepienta.

Tuve complejo de “buenérrima” hasta los 25 (mis amigas me llamaban Santa María de la Paja). Desde entonces, lo tengo de bruja. Este me gusta más. Es un papel más cómodo, más divertido y mucho menos encorsetado. Pero realmente no creo que sea ninguna de las dos cosas.

Dicen de mí que soy una persona muy orgullosa. Y es verdad. También que soy una persona optimista, y también es verdad. Que soy ambiciosa, y eso también es cierto, y que tengo madera de líder… esto ya no creo que sea tan cierto. Creo que soy una gran actriz del papel de “lideresa”, que no es lo mismo.

Siempre he sido una mujer de vista fácil. A mi todo el mundo me parece “que tiene algo”, salvo contadas excepciones. Pero en la vida real me gustan los hombres “raros”, con físicos y rostros peculiares, nada perfectos y con mucho –y difícil- carácter. Salvo en una etapa algo frívola de mi vida en la que sólo me liaba con “yogurines” maravillosamente sencillos… pero no era lo mío.

Desde que mi padre está enfermo mi vida ha cambiado mucho. Para mal –evidentemente- y para bien –no tan evidente-. Para bien, porque cuando lo he necesitado he tenido al lado a gente que ni esperaba ni espero… pero estaba ahí. B. me regaló una figa (un amuleto gallego contra el mal de ojo), y Pi y ella me redactaron una tarjeta de ánimo maravillosa… y el resto de mis niñas me llaman, me escriben, me aguantan… y los niños idem de idem… y Ely, Noa y Pinkocha hasta me invitan a Cosmopolitan y me traen la cena al hospital. Eso no lo olvidaré nunca. Nunca.

Tengo un trabajo que no es, ni de lejos, el que se supone que “debería” tener cuando salí de la facultad, cuando todos mis profesores me auguraban un gran futuro en la radio, o en la prensa escrita… y mira tú, ahora soy asesora política… hay que joderse, jajajaja.

Trabajé en televisión y viví en ella la etapa más deslavazada, loca e inconexa de mi vida… y me encantó!!! Y además conocí allí a P.

Me gusta mucho salir a tomar algo con mis amigos, es mi hobby favorito. Y con algunos de ellos podría pasar horas y horas hablando de nada –o de todo-… de hecho, a veces no sabemos ni de qué hablamos, porque nos encantan los juegos de palabras y los dobles sentidos, y claro…

Adoro el cine de terror, el gore y las películas de suspense y thriller… todas. A mi madre también le encantaban. De cría vi con ella El Exorcista, y ya nunca me pude apear de esa sensación de montaña rusa en el estómago… pero luego soy de las cagonas de corre al baño desde la cama para que no me pille… ¿el coco?

No puedo vivir sin música. La escucho a todas horas, y cuando no suena de verdad, suena en mi cabeza. Me encanta escuchar temas de hace siglos y recordar lo que me hicieron sentir, y tengo un sexto sentido para captar los temas que terminarán por pegar y los que pasarán a mejor vida. Además, suelo detectar cuando una canción está marcando un momento de mi vida, o de la vida de otro, y tengo buen oído, pero no buena voz, penosamente. Me subyuga, no lo puedo evitar, lo que siempre me recuerda una gran frase de mi padre “si la música amansa a las fieras no te fies nunca de un melómano”, jajajaja.

Leo chic lit. Sí, qué pasa. Y Best Sellers del tipo “El Código da Vinci” y “Millenium”, y me encantan. Y cada día me gusta más usar la lectura como evasión. Luego trato de reinterpretar mi realidad en términos literarios, como ejercicio, y me sale bien… todo, menos las escenas eróticas, que nunca he sabido escribirlas.

Me gustan mis ojos. Y mis manos. Hasta mis pies. Odio mi tripa y no me gustan mis brazos. Y creo que tengo unas piernas bastante decentes. El pelo es tema aparte.

Soy adicta a los cosméticos, a la ropa interior y a los zapatos. Y nunca llevo la ropa interior sin conjuntar. No tengo “bragas sueltas”, como dice mi tía, ni sujetadores de color visón, ni nada de eso. Sólo conjuntos de ropa interior. Normales, pero conjuntos.

En estos momentos de mi vida atravieso una etapa… egocéntrica. Estoy tratando de recomponer pedazos de mí que había traspapelado, perdido, o sencillamente olvidado, y aunque me ha costado mucho asumirlo, necesito ser la protagonista absoluta de mi pequeña parcela de vida. Aún no tengo muy claro quién ni cómo soy, pero sé que estoy cambiando… y pretendo que sea a mejor.

Y dicho todo esto, creo que ha llegado el momento de decirme a mi misma: borrón, y cuenta nueva.

Esta soy yo… o parte de mi. Y al que no le guste, que no mire.


Information About Article