Caos

No paramos de hablar del presente para encaminarnos hacia el futuro. John Galliano se cotiza entre las chics parisinas con sus devotos 30s y 40s contonéandose por las aceras empedradas de París. Gaultier saca su imaginario decimonónico y envuelve a Jane -la de la jungla- entre corsarios en un barco de mala muerte con sujetador cónico y aires bondage. Karl Lagerlfed se aburguesa y le sale el espíritu francés del Trianon y decide que !oh París, qué granjas hay a 300 kms!. Y, mientras, la moda sigue un curso que poco tiene que ver con sus propietarios…

Prada dice que no consumamos, bueno que si hay que hacerlo, Prada. Pero que lo bien que está ser comunista. Lanvin decide especializarse en coquetuelas deminónicas extremadamente frívolas que ronronean como gatas en celo por mimos y por ropa. Rodarte cuenta que los cuentos medievales de sangre, honra y blonda están mucho mejor que la contemporaneidad. Y Balenciaga da tumbos entre las niñas bien de toda la vida y las tribus de mala muerte.

Y mientras, nosotros seguimos aquí. Entre la jauría de voguettes sedientas de sangre, los fotologueros con aspiraciones a novena musa -o décima, quién sabe- y las extrañas veleidades de los diseñadores para los que hoy es abominable ser imbécil y mañana está de moda.

Creo, sinceramente, que juzgar la contemporaneidad es muy dificil, más que dificil es tremendamente complicado porque nosotros “estamos contenidos en nuestra propia caja“. Vemos lo que podemos ver, oímos lo que podemos oír, y analizamos lo que nos permiten las circusntancias. Y, al fin y al cabo, el tiempo sigue pasando y nosotros nos perdemos en sus giros.

Nos siguen gustando las mujeres, que las queramos ya es otra cosa. Nos siguen gustando las rubias sexies y carnales que también son frías y calculadoras con aires de femme fatale. Nos gustan las morenas raciales, las princesas de Arabia y las gitanas con misterios que descubrir. Nos gustan las curvas de las diosas y la delgadez andrógina. Suspiramos por la actitud y el carácter, por el poder y el encanto, por el sentido y la sensibilidad. Nos gusta el negro, nos gusta el blanco, nos gustan los vestidos apretados, los escotes reverberantes, los tacones altos, los bolsos brillantes y los diamantes rozando el pecho. Y no nos preguntamos en qué hemos cambiado porque la respuesta ¿duele?.

Duele saber que vivimos en un ciclo sin ciclo. Poiret estableció el ciclo de la moda. Lo que ahora está de moda ya lo estuvo hace cincuenta, lo de hace veintinco lo estará pronto y lo inmediatamente posterior a nosotros nos parece una aberración que llevaremos dentro de unas décadas sin sonrojo alguno y, así hasta el eterno infinito. Ahora, devoradores del presente y del pasado donde los haya, los ochenta ya están demasiado reinventados, los noventa con su sencillez rígida y sus perchas vivientes nos gustan por sus cortes estructurales y ese aire de !eh! !que soy todo esencia!. Los setenta nos gustan para el verano, aires folk y paz entre hermanos. Los sesenta para los días de fiesta y bajón con un poco de color neón y colocón y los cincuenta para sumergirnos en lo ideal. Los cuarenta nos recuerdan a la guerra, al patriotismo y al humo de cigarros manchados por el rouge de labios. Los treinta, sofisticación a pasos ceñidos. Los veinte, hot hot hot. Los años diez, corsés y sensualidad japonesa creativamente deliciosa y sutilmente delicada y… anteriormente la gala, la novia, el luto, los sueños, la Costura. ¿Y sigue girando la noria?

Y cuando algún creador habla de la contemporaneidad -Balmain? pero con otro aire- o Isabel Marant o Pucci o Armani o la New York Fashion Week… decimos comercial. Imbuídos de desprecio, fulminados por nuestro ácido cinismo, carentes de sensibilización para con nuestra época. ¿Postmodernidad, Café Starbucks y sueldos míseros? Queremos otra cosa en la moda…. Soñar, por ejemplo. ¿No?

Y, entonces, recuerdo a Dalí diciendo “lo único que no puedes dejar de ser, es moderno”.

Y pienso, si es que así no se puede. La moda no son sueños, es ropa para llevar. Para mujeres de verdad. Los contadores de historia son eso, contadores de historias. Los vendedores de sueños son vendedores de sueños. Los príncipes azules no están en Meetic. Y los modistos son modistos. Su labor es diseñar prendas. Vender prendas. Cambiar la moda. Enardecer las bajas pasiones. Sofocar cuentas bancarias y abrir números rojos en la tarjeta.

Y uno piensa en la desubicación…
Y luego dice, generación X ¿allá vamos?


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