Disfraces


Siempre que se habla de identidad surge el tema de la femineidad y de la masculinidad. Desde que YSL incorporó la retahíla masculina del smoking al vestuario femenino, el traje se convirtió en insignia de femineidad y de atractivo. Pero, hay muchas personas que consideran -y antaño también lo consideraron- una especie de negación de la femineidad en pro de la masculinidad.

Lo consideran como una negación de lo femenino para pasar a lo masculino. Como si el reclamo de la igualdad hombre-mujer no se lograra por la sinergia de ambas energías sino por la represión de lo femenino y la adopción, por parte de la mujer, de lo masculino que es a la igualdad a la que quiere llegar. Este planteamiento queda célebremente anotado por Miuccia Prada que dice que ella quiere mujeres “femeninas pero no débiles”.


También se dice que si “Coco Chanel dio libertad a las mujeres, Yves Saint Laurent las dio poder.” Parece que algo tiene que ver con el “lleva los pantalones”, aunque sea una alegoría de psicoanalista barato. La pregunta no es si las mujeres se disfrazan de hombres cuando empezaron a llevar pantalón sino ¿qué significa esto?.


¿Se disfrazan, de alguna forma, las mujeres de hombres? Es evidente que, actualmente no, pero, si las mujeres de Chanel fueron juzgadas como telegrafistas mal alimentadas, ¿las mujeres con traje eran hombres que podían llevar falda?


Aún así, creo que la pregunta no es esa sino, ¿la adopción de una prenda exclusivamente masculina, comporta la adopción de unos ideales? ¿Es la estética parte de la ética o se supedita a ella?


Si las mujeres conquistaron en el pasado el arduo territorio del pantalón como insignia masculina y lo adaptaron a su vestuario hasta el punto de eliminar -prácticamente- toda controversia sobre el tema, ¿ocurrirá lo mismo con toda la moda?

Jean Paul Gaultier presentó faldas masculinas que causaron sensación y siempre tuvo presentes a los hombres como destinatarios de su línea de belleza. La metrosexualidad con David Beckham a la cabeza -adorado rey David como le llamaban- dio al traste con toda esa generación de valores en la que el hombre era sinónimo de macho ibérico y el macho ibérico ni se cuida ni se contempla porque eso es afeminado.


La existencia de patrones de masculinización -¿las mujeres sin maquillaje y en pantalón son lesbianas?- y de femineización -¿los hombres que se depilan y se ponen pendientes son mujeres?- radicalizan los planteamientos de nuestra propia mente llevándonos a un terreno peligroso, desconocido e insonsable.


El quid de la cuestión parece ser el ya conocido, viejo y celebrado, ¿dónde queda el límite?


Un hombre puede cuidarse pero no coquetear con la belleza como si fuera una mujer y una mujer pude masculinizarse sin dejar de ser femenina. Es decir, un hombre con tacones no es tolerable y una mujer con corbata y gemelos tampoco lo es porque eso es adentrarse en un campo que no es ni la moda, ni la estética sino la identidad sexual.


¿Tiene la moda límites?.
Sigo creyendo que la pregunta no es esa sino…
¿por qué nos miramos tanto el ombligo?


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