El Mundo Absurdo De Tim Walker

Los ingleses tienen jardines de opereta y romances dignos de las maquiavélicas artes de Próspero en La Tempestad. Son un pueblo lleno de deliciosas casualidades, Próspero de Shakespeare no es otro en realidad que John Dee, el espía de la reina, que firmaba como 007 que luego sería Bon, James Bond de Ian Fleming por pura casualité, que dirían, en este caso, los franceses.

Los jardines ingleses son parcelas medianeras de las pesadillas de Lewis Carrol, los naipes conviven con los loros de piratas en el invernadero, el té convive con el horario de trenes de la Estación Central, el cotilleo convive con los vestidos de fiesta, las perlas, las piedras falsas y las chimeneas sin atizar por criados vestidos de librea que no cobran desde hace meses.

En ellos las rosas crecen a su manera y de vez en cuando, sólo de vez en cuando, alguien las dedica un poco de atención que no sea fortuita como es la de las gotas del cielo.

Los arbustos febrilmente verde conviven con los extraños espinos sacados de las fantasías medievalistas de las princesas que demuestran en estatus con el guisante y los príncipes que demuestran su valor y arrojo abriéndose paso entre el bosque de espinos.

Rapuncel se pelea, celosa, con las princesitas refinadas que no viven en torres con dragones custodiando sus virtudes y sus desvelos y, se juega su destino a suertes con una bruja por un albérchigo.

Uno nunca acaba de comprender el extraño caos que reina en las casas de verano de Inglaterrra.

Las armaduras de parientes extraños e imaginarios en muchas ocasiones se entremezclan con cuadros de estuardos y de revolucionarios, con medallones de santos y pamelas descabelladas para Ascot que impiden ver, por su tamaño, a los caballos.

Y hay una extraña mezcla de cortesía y mala educación, de buen y mal humor que sólo está en los buenos caballeros bebidos y en los malos sobrios. Ay… es eso de que el vino alegra el corazón ya sea joven o viejo.

Y mientras los aristócratas se pierden buscando llaves, siguiendo a liebres extrañas, a Ocas carlotas de Beatrixe Potter, cogiendo fresas y moras de la campiña inglesa, robando mermelada a la cocinera y pinchando el soufflé
Lo imposible y lo posible recorre a los ingleses, con sus cuentos de hadas y de brujas y de damas malvadas y princesas primorosas sin que uno sepa muy bien qué hacer, o qué no hacer que diría Wilde.

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