La Línea

Diane Von Fustenberg, una más de la camarilla de Studio 54 de Warhol, Bianca el caballo y toda la jarana con coca, trajes de Halston, heroína, héroes y villanos. Y el wrap dress. Qué maravilla. Estampado, con todas las formas femeninas en exhuberancia, cuerpo, sexo, erotismo, ganas de fiesta. El wrap dress es un icono de la moda de lo reciente. Ha pasado muy desapercibido en toda la locura de los 80s que hemos vivido en estos últimos años con todas las voguettes, los dramas Carine -Wintour viste de Prada, Vogue en general y demás panda de Em Alt con 0 maquillaje, un millar de tachuelas y aspecto de !volado! o en busca de voladura con sus malas pulgas, el pelo tapando toda la cara y mirada de desdén a la cámara… pero ahí está ese vestido que es toda una llamada de atención.
Que las mujeres tienen curvas. Pechos. Caderas. Hombros. Cerebro y erotismo. Que el potencial erótico no se encuentra solo en el cerebro sino en la carnaza, en las entrañas de la bestia, en el poder telúrico de la sangre, en la llamada mística del furor de la juventud y la carnalidad. Estamos de acuerdo en que el wrap dress, sin duda, marcó una bonita era en la que compartió genialidades con Mugler que vestía a sus mujeres y tapizaba sus sueños con valquirias imponentes sacadas de formas de venus paleolítica, con Alaia -!que vuelve!-´que las  ataba con cintas eróticas, vestidos felinos, cinturones divinos que estrangulaban sus cinturas y sus deseos hasta el corazón y con Versace que soñaba con burdeles y lujo y leopardo y sexo y dinero y Warhol y Marilyn y Miami y el amor al tiempo que Montana jugaba con un montón de estolas de pieles y cuerpos en forma de diapasón invertido.
El wrap dress era un guiño entre titanes, claro. Un pestañeo.
Pero señores, hay mujeres que con una mirada, quitan el aire.
No subestimemos.

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