9 cosas que (quizá) no sabías de Madrid

Una tarde de verano es un buen momento -como otro cualquiera- para salir a hacer turismo por Madrid. Bueno, quizá algo mejor que otro cualquiera porque los calores veraniegos ahuyentan a muchos japoneses de los que cámara en mano suelen llenar las calles más turísticas. Pero yo soy una valiente que me atrevo hasta con los sofocos de julio –de algo me tendrá que servir ser autóctona- y armada únicamente con mi móvil, me dispuse la semana pasada a recorrer esa zona tan maravillosa, el Madrid de los Austrias, que normalmente trato de evitar.

Estrenaba el nuevo modelo de smartphone de LG, G3, que presume de cámara de 13 megapíxeles (algo que ahora me permite olvidarme la réflex en casa). ¿El objetivo? Pasear por algunos de los muchos rincones más icónicos y descubrir sus secretos para ver la ciudad con otros ojos (y también, sí por qué no, para dármelas de entendida cuando repita el itinerario con algún forastero).

– Metrópolis y su Victoria alada: es uno de los edificios más instagrameados de la capital, pero lo que no todos saben es que cuando se construyó estaba coronado por un ave fénix. Era el símbolo de la compañía de seguros que ocupaba el edificio y que, cuando se mudó a la Castellana, reclamó su escultura. Los nuevos propietarios, Metrópolis, convocaron un concurso para llenar el hueco que ganó Coullant-Valera y su Victoria alada, de cuatro metros en bronce.

– Las casas torcidas de la Cava de San Miguel: bajando por el oeste de la Plaza Mayor nos cruzamos con una calle de edificios curvados que se construyeron como muros de contención. Literalmente sujetaban a la plaza más famosa de Madrid.

– El jardín secreto (o ya no tanto) de la Latina: en la plaza de la Paja se esconde uno de los rincones más mágicos, el jardín de Anglona. Lo construyó el príncipe de Anglona apropiándose de suelo público, lo que permitió que en el 2002 el Ayuntamiento lo abriera para uso y disfrute de cualquiera que lo descubriera. Es el único ejemplo en Madrid de los jardines que se construían en el siglo XVIII junto a los palacetes.

– Los soldaditos de Casa Labra: sí, en Casa Labra Pablo Iglesias –el de antes- fundó el PSOE, pero también se come una de las tapas más famosas, soldaditos de Pavía (bacalao rebozado). Se llama así por ser dorada, como vestían los soldados del Cuartel de Conde Duque (sí, donde ahora hay un cine de verano) que acompañaron al general Pavía a tomar el Congreso y poner fin a la I República en 1874.

– La estatua de la Plaza Mayor: la plaza se construyó en el siglo XIX, pero sobre los restos de otra que había sido destruida tras varios incendios y que originalmente mandó construir Felipe III. Así que sí, él es el señor que la preside montado a caballo.

– El Ratoncito Pérez: el Ratoncito dueño de todos nuestros dientes de leche es una cosa muy española, así que el roedor no podía venir de muy lejos. Concretamente, del número 8 de la calle Arenal donde hay una placa que dice: “Aquí vivía, en una caja de galletas, Ratón Pérez, según el cuento que el padre Coloma escribió para el niño rey Alfonso XIII”. Porque efectivamente, apareció por primera vez en un cuento que se escribió para el rey.

– El Corte Inglés de las 150.000 pesetas: eso fue lo que pagó Ramón Areces en 1934 por una sastrería de la calle Preciados esquina Rompelanzas. Él llegaba de Cuba con la idea de copiar los grandes almacenes que había conocido allí; en 1940 se mudaba un poco más allá en la misma calle Preciados, a la esquina con Tetuán, donde hoy está ECI más antiguo. El resto, historia.

– Guisos de cuchara y ramos envenenados: en el número 84 de la calle Mayor se encuentra uno de los restaurantes más antiguos, Casa Ciriaco, que abrió sus puertas en 1917. Pero también el piso desde el que un anarquista lanzó un ramo de flores bomba al paso de la comitiva nupcial de Alfonso XIII (el niño del ratoncito, ya más crecidito) y Victoria Eugenia, en 1906. Por cierto, se vende el piso principal, de 380 metros cuadrados, por si alguien necesita un poco de espacio extra.