El Instinto

Eva.
El pecado.
Lo llevan en la sangre sea como sea.
El pecado no está en los vestidos de Versace sacado del imaginario de un hombre fascinado por las putas, por el clima exasperado de Italia, por las bajas pasiones sino que se haya en las mujeres que lo llevan y en la mente del que lo ve.
Un vestido es un vestido, sea del XIX, del XV o del XXI, por mucho que hayan cambiado las zonas erógenas, por mucho que cambie el concepto de sexo, por mucho que cambien hábitos y costumbres. Y quién lo convierte en objeto de deseo es el que lo lleva.
Sobre todo cuando es una mujer. Todo sexo o algo plano. Depende del portador, como el arte depende del ojo que mira y el amor del corazón que siente.
Ella ha llegado a la playa, como Afrodita de Botticelli con la espuma del mar azotando sus muslos, el aire húmedo rizando su cabello, la arena en contacto con lo nacarado, lo limpio, lo puro… y se ha dejado llevar.
Dejarse llevar, ahí está la clave. No viste de Versce… ¿quién ve el Versace?

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