LA PREGUNTA DEL MILLÓN Y LA RESPUESTA CORRECTA

Miércoles 10 de febrero, 21:30 horas.


Hace un frío pelón en A Coruña, pero eso no ha impedido que cinco hermosas y jovencísimas mujeres paseen por un centro comercial de reciente apertura. Vienen de visitar la casa de una de ellas, un nuevo hogar que acaba de estrenar junto a su flamante esposo y su todavía más flamante barriga de embarazada primeriza.

Después de comprobar que, efectivamente, las paredes han quedado genial con esa pintura, y sin duda el cuarto del bebé quedará estupendo, las cinco se lanzan a la gélida noche dispuestas a sentarse frente a un plato a cenar y reirse, no necesariamente por ese orden.

Es una de esas reuniones femeninas que tanta urticaria causan en algunas personas, pero que a ellas han terminado por resultarles terapéuticas. Se ríen, cotillean, se cuentan novedades del trabajo, de sus vidas, de los planes de futuro que cada vez son más presente… es una terapia de grupo en versión pandillera de lo más entretenida.

Por el camino al restaurante, pasan por delante de una zapatería. Tiene unas ofertas buenísimas… aunque los zapatos son de todo menos buenísimos… aún así, una de ellas necesita un par de botines para un disfraz de carnaval, así que mientras ella paga unos richelieu en rojo sangre con tacón alto y hebilla lateral, las demás desmantelan los expositores, probándose salones de tacón alto, peep toes de serraje y bailarinas primaverales.

Salen de la zapatería oteando el horizonte en busca de algún sitio donde sentarse a cenar.

Una no quiere pizza. Otra no quiere hamburguesa. Y el Centro Comercial no quiere que ellas mantengan la línea, porque todo lo que oferta para comer pasa por la freidora más grasienta del mundo. Comida basura, de la que engorda terriblemente y te pone el culo como el de Beyonce… vamos, de la que mola.

Caminan indecisas… kebab, McDonalds, Burger King… y al final encuentran un local de buffet libre. Comer hasta reventar, lo que necesitan para acompañar esa charla que ya saben de antemano que las llevará a reírse de todo y de todos, de ellas mismas incluidas.

En la entrada, un grupo de adolescentes con tantas hormonas como granos da cuenta de una cena opípara a base de precocinados y helado con chocolate. Hay una niña que lleva la misma falda que la de la fiesta de disfraces se ha comprado para su caracterización. Se ríen.

Tres niñas entran delante de ellas. En la entrada, un cartel reza “esperen a ser atendidos”… y como son muy buenas niñas, esperan.

Una camarera vestida de negro, con el pelo teñido de rubio, sale a su encuentro, y les sonríe:

“¿Sois cinco?”

(Una de ellas piensa para sus adentros “comenzamos mal si no sabe contar”)

“Sí, sí, cinco”

“¿Para cenar?”…

¿PARA CENAR?… A ver, son las diez de la noche de un miércoles, estamos en un centro comercial donde las tiendas han cerrado hace media hora, haciendo cola en la entrada del restaurante donde trabajas, y me preguntas si vengo a cenar… ¿cómo se supone que he de reaccionar ante esa pregunta?

Es que no lo comprendo, en serio. A mi este tipo de preguntas absolutamente innecesarias me resultan desconcertantes. Porque claro, si estoy en un restaurante a las diez de la noche a desayunar no vengo, y a bailar desnuda encima de una mesa tampoco –que, por cierto, fue una de las alternativas planteada por las cinco amigas, pero bueno…-

¿Qué se supone que debe uno hacer ante una pregunta como esta? ¿Responder? Y en ese caso, ¿responder qué, exactamente?

Imaginaos por un momento que se nos hubiese ocurrido responder con un matiz igual de estúpido

“¿Vienen ustedes a cenar?”
“No, no, venimos a ver el apareamiento de los ácaros de la patata que tienen ustedes en la ensalada alemana”
“Ah, perfecto, ¿las siento juntas?”
“No, que corremos el riesgo de hablarnos, mejor cada una en un rincón del local”
Ah, pues estupendo”

… no hombre, no, estas no son preguntas lógicas. Es como si subes en el ascensor con un vecino y le preguntas “¿Qué, subiendo a casa, no?”… Que es que si te preguntan eso es para responder “No, qué va, es que me monto en el ascensor para ver si me cruzo con el del cuarto, que está como un queso, y consigo que me eche un polvo rapidito antes de la cena”. Pufffff….

Mientras nos sentábamos (por si a estas alturas hay alguien que tenga dudas, lo aclaro: las cinco protas somos unas amigas y yo) le dábamos vueltas a la preguntita de marras. De hecho, hasta escuche el comentario de “este tema es carne de post”… y claro que lo es.

Es alucinante la cantidad de preguntas idiotas que hacemos –y nos hacen- a lo largo de la vida. Conversaciones basadas en la estupidez más extrema, como la que tuve ayer con un taxista. Volvía a casa después de un día agotador, y al parar el taxímetro me dice “Son 5 con 63, señora”… estuve a punto de darle un puñetazo (por llamarme señora, se entiende, pero como estaba cansada pasé del tema violencia y me centré en pagar). Saqué del monedero un billete de 5 y una moneda de euro.

“¿No tiene los 3 céntimos?”
“Me temo que no”
“¿Seguro?”
“Sí, seguro”
“Es que si tuviera los 3 céntimos…”
“Pero no los tengo”
“Pufff. Pues a ver… es que así…”
“¿Qué pasa? ¿No tiene usted los 7 céntimos de la vuelta?”
“Sí, sí, pero es que si tuviera los 3 céntimos, pues mejor”

A ver, analicemos la situación. Es que no puedo creerme el tema. Si tuviese los 3 céntimos de las narices sería mejor… ¿por qué, exactamente? ¿Por qué con mis 3 céntimos y tus 7 ya tendrías 10, y podrías cambiarlos por una moneda más bonita? Joder, en serio, es que no lo pillo. Sencillamente no lo pillo.

Preguntas como esta me dejan completamente KO, a mi, que soy tan poco dada a la economía del lenguaje… pero es que hay veces que las preguntas son tan absurdas que merecen respuestas todavía más idiotas, aunque sólo sea por ver cómo se le queda la cara a tu interlocutor.

Pero volvamos al restaurante, por favor.

Las cinco amigas cenaron, se rieron, repitieron postre (bueno, postre y de lo demás también, que total, de perdidos al río), y cuando ya se iban, con el estómago lleno y el alma contenta de tanta risa compartida y tanto desahogo sentimental y afectivo, con el restaurante a punto de cerrar, se dirigieron a la puerta más cercana a su mesa.

El local tenía un total de cuatro entradas, abiertas todas… consecuentemente, cuatro salidas, abiertas todas… pero al llegar a la que quedaba más cerca de la mesa, una de las camareras les interrumpe el paso.

“No, por aquí no” dice la muchacha
“Pero entonces, ¿por dónde salimos?”
“Pues por la puerta”

Con dos cojones.

Hay respuestas que superan determinadas preguntas. Y también determinado umbral de consciencia. Asumámoslo.

SUENA EN MI I-POD:Free Fallin´” de Tom Petty & The Heartbreakers, un tema precioso, que me recuerda mucho a una etapa de mi vida que estaba llena de preguntas, y donde fui encontrando respuestas… afortunadamente ninguna era como estas.


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